1/5/12

la marcha que no se detiene


El joven de la bandera, el que va de la mano con una chica rubia, tenía diez años cuando se realizó la primera marcha; sus padres le habían llevado la bicicleta y una pelota para que no se le hiciera aburrida la caminata y para que jugara con los demás chicos. Hace dos meses empezó a cursar la carrera de Abogacía porque quiere defender los derechos de los ciudadanos.
Las marchas sobre el puente internacional que une Gualeguaychú y Fray Bentos se vienen realizando desde hace ocho años el último fin de semana de abril, y el propósito de quienes participan es reclamar que la fábrica de pasta de celulosa UPM – Botnia, de capitales finlandeses, sea desinstalada; pues aseguran que su producción es altamente contaminante.
La primera fue el 30 de abril de 2005. En ese entonces Botnia era una inmensa explanada rodeada de obradores al lado del puente, lo que auguraba una fábrica de dimensiones nunca antes vistas en la zona, ni de uno ni del otro lado del río.
A pesar de los cánticos, las banderas, los cortes de ruta, los muchachos de Greenpeace jugando a salvar el mundo, los brillosos caireles de la reina del carnaval en la cumbre de presidentes en Viena, los estudios científicos y los escalofriantes testimonios de los vecinos de Valdivia y Pontevedra, la construcción concluyó y la fábrica comenzó su producción de pasta blanca para papel a fines de 2006.
Sin embargo, el siguiente abril la gente volvió a marchar.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Y hoy, el más frío de los ocho últimos domingos de fines de abril, también marchan.
En los casi cuarenta kilómetros de recorrido entre la ciudad y el puente los autos de los manifestantes se diferencian del resto por las banderas argentinas que flamean amarradas de las ventanillas; algunos muestran su asistencia perfecta a las marchas con las calcomanías que identifican a cada una de las ediciones pegadas en la luneta.
Octava marcha. Puente Gral San Martín. 29 de abril de 2012. (Foto: Gustavo Rivollier)
Cada tanto, carteles pintados a mano y colocados más allá de la banquina impactan con frases como “Salvemos al río Uruguay”, “Sí a la vida”, “Vamos al puente” y “Gobierno uruguayo violador”.
A mitad de camino, en el kilómetro 28, aún permanece el refugio de Arroyo Verde; un pequeño salón levantado al lado del arroyo donde los asambleístas se reunían, y que en los tiempos de mayor euforia fue declarado paraje histórico cultural por la Legislatura entrerriana. Ahí mismo, un acoplado y una tranquera mantuvieron cortado el tránsito durante tres años y medio.
Con tanto para ver el recorrido se hace corto. Al llegar al lugar de la protesta, los agentes de Tránsito de la Municipalidad de Gualeguaychú ordenan a los autos. También llegan los micros de larga distancia con vecinos de diferentes barrios de la ciudad, a los que las empresas trasladaron sin cobrarles un centavo.
Familias enteras cargando canastos de mimbre y reposeras van llegando a la cabecera del puente. Se ubican y empiezan el mate mientras otros van encendiendo las brasas para asar chorizos, y más allá unas señoras derriten grasa para hacer -y vender- tortas fritas. Colores, saludos y olores son traídos y llevados por el viento frío.
Los periodistas, en su mayoría de medios de comunicación de Gualeguaychú, caminan ansiosos entre la gente perpetuando testimonios en sus grabadores y blocs de notas. También está esta vez el puesto de venta que tiene la Asamblea para recaudar fondos; todo objeto al que se le pueda estampar una frase tiene escrito “No a las papeleras” o una segunda opción un tanto más amplia: “Sí a la vida”. Y como cada año, tampoco faltan los dirigentes políticos incapaces de perderse la oportunidad de quedar bien con el pueblo.
Una vez realizada la oración ecuménica a cargo de representantes de todos los credos, empieza la marcha. Al frente de la multitud van los más chicos, los integrantes de la Asamblea Juvenil, que sostienen un cartel tan ancho como la ruta, que dice: “Salvemos nuestro futuro, paremos la contaminación”. Más allá, los ambientalistas uruguayos que llegaron hace dos días desde Montevideo y La Paloma levantan la bandera oriental. Entre todos ellos camina un padre con su gurí sentado en sus hombros, el chico se saca la campera y la madre se acerca por detrás e intenta volver a ponérsela. Es en vano, más allá vuelve a quitársela y esta vez la tira al piso. Una pareja de novios comparte besos y mates, dos amigas se fotografían y una nena vestida de rosado pasa esquivando gente arriba de sus patines.
La protesta tiene poco grito y puño en alto, más bien se parece a una tarde de otoño en el parque de la ciudad.
Este es su modo. Así fue en el abril de 2005 y así fue el siguiente, y el siguiente, y el siguiente; y así dicen que seguirá siendo hasta que cumplan su objetivo.


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